Señor, amigo de los pobres y atribulados,
deseo poner mi vida toda en tus manos, lo pasado y lo futuro.
Confiaré en ti en la salud y en la enfermedad,
en la noche oscura y a la luz del día.
Pongo en tus manos mi cuerpo y mi espíritu,
mis sentidos, mis heridas: en tus manos de padre y amigo.
Que yo adivine tu presencia y tu caricia en toda circunstancia,
también en la cercanía de la muerte.
Déjame seguirte siempre, Señor, a tu servicio sin dejarte nunca.
Juan José Martínez Domingo